13 de desembre 2007

El Espai, su legado más íntimo.

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Agramunt - Josep Bertran  2007-12-13

“Mis ochenta años los llevo bien, con prisas para trabajar en todos mis proyectos. Antes no tenía ninguna, las cosas podían esperarse a mañana o pasado. Ahora ya no”. Así se expresaba Josep Guinovart en el reportaje publicado por LA MAÑANA con motivo de su aniversario.



Su última etapa la ha vivido trabajando intensamente en la creación artística y en el montaje de sus exposiciones. El pasado día 3 una delegación de agramunteses, con el alcalde al frente, se desplazó hasta Barcelona para acompañarle, como era habitual en estos casos, en la inauguración de su última exposición, en este caso una sobre sus carteles en el Museu d’Història de Catalunya. Hoy mismo otra delegación oficial de la capital del Sió volverá a trasladarse hasta la capital catalana. En esta ocasión para despedir a su hijo adoptivo. Por la tarde se celebrará un pleno extraordinario para honrar su memoria. Desde ayer, poco después de conocerse su muerte, la senyera con crespón negro anunciaba a los vecinos de Agramunt la sensible pérdida de su convilatà más universal.
Con motivo de su 75 aniversario, el Ayuntamiento organizó una serie de actividades conmemorativas agrupadas en el Any Guinovart. El acto más significativo fue el nombramiento de Fill Adoptiu d’Agramunt en el transcurso de un sesión solemne celebrada el 29 de agosto del 2002.
Fue el momento álgido de la relación entre el artista y la capital del Sió. Una relación que perdurará más allá de su muerte, puesto que en ella queda una parte de su legado artístico.
Durante los primeros y últimos años de su vida Josep Guinovart i Bertran estuvo estrechamente vinculado con Agramunt. Durante su infancia y adolescencia por sus lazos familiares –su madre era originaria de la localidad– y en la madurez, a partir de la creación del Espai, inaugurado el mes de julio de 1994 por el President de la Generalitat, Jordi Pujol.
Durante la Guerra Civil, el pequeño Josep vivió en una masía del Bosc del Siscar junto sus abuelos maternos huyendo de los bombardeos que asolaban Barcelona. Las vivencias de un niño barcelonés de 10 y 11 años en comunión con la naturaleza le marcó para siempre y su obra artística está estrechamente vinculada a aquella época que el artista plasmó, muchos años más tarde, en el Espai agramuntés.
“Las noches de verano dormíamos en la era cerca de los animales, del estiércol, de la paja y del barro; de los conejos, las gallinas y los polluelos; con los pies descalzos caminaba por el rastrojo, con la técnica rasante para no lastimarme”, escribió recordando aquellos años.
Un rastrojo que ha estado siempre presente en su obra, como el que vemos en el Espai. Un rastrojo quemado por los bombardeos nazis que asolaron la población.
El niño de la guerra se hizo mayor. De pintor de paredes pasó a artista internacional y a finales de los años ochenta intensifica sus contactos con Agramunt. Gracias a la buena sintonía con el alcalde de la época, Josep Huguet, transformó el antiguo mercado municipal en el Espai que albergó sus creaciones más vinculadas con sus orígenes.
Su obra, preñada de identidad colectiva, arraigó en Agramunt y sus vecinos lo acogieron como a uno más. Desde entonces no tuvo un no para cualquiera de las numerosas peticiones de todo tipo que se le hacían. Fue nombrado Torronaire d’Honor, ilustró muchas publicaciones locales y fue amigo de todos, especialmente de los niños “que aún no tienen el espíritu contaminado”.