14 de març 2010
La dignidad/La dignitat.
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12/3/2010 LA ENTREVISTA |EXDIRECTOR DEL MUVIM
Román de la Calle: «La mirada del censor estaba cargada de ira»
Le forzaron a descolgar 10 fotos –algunas alusivas al ‘caso Gürtel’– de una exposición y el lunes dimitió. Ayer reinauguró la muestra sin censuras en la galería Tomás March
NÚRIA NAVARRO
Se ha mudado hace poco. Un par de días atrás, en el ascensor, una señora le soltó: «Usted es el que ha dimitido, ¿no? Le he escrito en Facebook, pero ahora que sé que es vecino, me siento orgullosa de vivir aquí». Es una de las miles de muestras de apoyo que ha recibido el profesor y crítico de arte Román de la Calle (Alcoi, 1942) . El catedrático de Estética volverá a la universidad. Y empezará las clases, anuncia, con aquella frase de Fray Luis de León: «Como decíamos ayer».
–Explíqueme una de las 10 fotos de la discordia.
–La más violentamente comentada es una del Parlamento valenciano. El fotógrafo captó el momento en que todos se levantan del escaño y hacen el gesto de abrocharse el primer botón de la americana.
–Una imagen potente.
–Toda imagen es inocente. Es la mirada la que le da significado.
–¿Cómo es la mirada del diputado Máximo Caturla, el censor?
–Es una mirada cargada de ira. Pensó que, al ver las fotos, todos iban a pensar lo que él pensaba. ¿Qué quería eliminar? ¿La historia que hay detrás? Pero ha hecho un terrible favor histórico: de verlas unas 3.000 personas ha logrado que las vean millones. Su falta de prudencia ha llevado a este volcán.
–También a su dimisión.
–No podía hacer otra cosa. Me gusta dormir tranquilo y que mis hijos y nietos estén orgullosos de mí. Pero ahora que estoy recogiendo las cosas del despacho, estoy preocupado por lo que pase con el museo. Pienso que de la censura a la represión, a veces, solo hay un paso.
–La Diputación valenciana jura que no tomará represalias.
–Solo espero que la fórmula MuVIM se mantenga, y no sea la aventura de un sexenio liberal.
–¿En qué momento sintió el imperativo de dimitir?
–Al ver que las fotografías iban a ser eliminadas, pero también cuando leí en la prensa que la diputación había hecho un comunicado en el que afirmaba que la decisión se había tomado de manera consensuada conmigo. ¡Fue terrible! ¡Sentí vergüenza personal e institucional! Abrí el ordenador y empecé a escribir una larga carta de siete páginas como si fuera un ilustrado del siglo XVIII.
–¿Nadie le ha respondido?
–He leído que están preparando una respuesta. Y yo estaría dispuesto a contestar... Ojalá pudiéramos publicar un libro de cartas cruzadas sobre la libertad de expresión.
–Es extraño darle vueltas a esta cuestión en el siglo XXI.
–Cuando se habla de libertad de expresión, malo. Hay que vivirla día a día, en el bar y en la cátedra. Porque la libertad de expresión es como el aire. Solo te das cuenta de que existe cuando está contaminado.
–¿En qué niveles de contaminación nos movemos?
–Altos. Es muy preocupante cuando existe la prepotencia de creer: «Esto es mío y hago lo que quiero». Un museo es de la sociedad, no de la institución. Pero, quizá, la sociedad civil está dormida. Si no despierta, se merece lo que le pasa... Se ha dejado casi todo en manos de los políticos.
–Al final acabamos recibiendo...
–Es un momento en el que a mí me gustaría diferenciar entre colaboradores y colaboracionistas. Hay colaboradores que son responsables inmediatos de lo que ocurre, pero el silencio cómplice hace que las cosas continúen igual. Tenemos la obligación de ser morales.
–El presidente de la Diputación de Castellón dice que no hay que confundir política con cultura.
–La manera de politizar la cultura es quererla separar de la política, porque es la manera de controlarla. Mire, si alguien le dice que no es político, tiemble. O respira política sin saberlo o la esconde sin decirlo. No se puede vivir sin ser político, como no se puede vivir sin sentimientos. Tenemos la obligación civil de estar en la polis, de opinar de lo que pasa, de controlar el voto que delegamos.
–¿Esta censura le recuerda a otras censuras?
–Hay una diferencia fundamental. En la dictadura no sabíamos lo que era la libertad de expresión. Ahora sí. Estos días, alguien me ha comentado: «Habrá que hacer un monumento a la libertad de expresión».
–Usted ha puesto la primera piedra.
–La historia reparte papeles y a mí me ha tocado ahora el de héroe. Pero soy consciente de que alrededor del papel del héroe hay mucha villanía... En todo caso, el monumento debe estar en nuestra conducta. Estos días recordaba la frase de José María Valverde «no hay estética sin ética», pero anteayer, en la manifestación, dije que era el momento de ampliarla: «¡No hay vida sin ética!».
–Pues los intelectuales andan todos muy silenciosos.
–Bueno, alguien tenía que tirar... Me he encontrado en la obligación de despertar. Y me he dado cuenta de que es hora de hablar de lo que no nos gusta. Las fotografías censuradas reflejan la historia, pero también lo que no se ha hecho, lo que debería ser... Entre el ser y el deber ser jugamos y nos jugamos la vida.
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